domingo, 14 de febrero de 2016

"Hoy vuelvo con la mente a los días que precedieron al cónclave de 1958, y a la forma en que los vivía el entonces arzobispo Roncalli. En una carta dirigida al obispo de Bérgamo, Piazzi [Giuseppe], le decía:
""El alma se  consuela en la fe del nuevo Pentecostés que podrá aportar a la Iglesia, mediante la renovación de su cabeza y la reconstitución del organismo eclesiástico, nuevo vigor hacia la victoria de la verdad, del bien y de la paz. Poco importa que el nuevo papa sea bergamasco o no bergamasco. Las plegarias de todos han de conseguir que sea un hombre e gobierno sabio y apacible, que un santo y un santificador"".
La súplica fue eficaz. Juan XXIII, inclinándose con religioso respeto sobre el surco abierto por Pío XII, se entregó al servicio de la humanidad con una inventiva juvenil, demostrando que el papa no es un símbolo, sino una realidad, un hombre de carne y hueso; un papa anciano puede rejuvenecer la Iglesia, como reconoció Pablo VI; un papa que viene del campo puede lograr que los hombres vuelvan a encontrar el camino perdido de la salvación.

¿Acaso las anotaciones de Juan XXIII en su diario* los días 28 y 29 de octubre no están totalmente en sintonía con el Evangelio? Aquí podemos volver a degustar su delicada fragancia, como si nos ofrecieran un pan hecho en casa, un vaso de vino de nuestras viejas bodegas: 
""Cónclave en su tercer día. Festividad de los santos apóstoles Simón y Judas. Santa misa en la Capilla Matilde, con mucha devoción de mi parte. Invocados con especial ternura mis santos protectores: san José, san Marcos, san Lorenzo Justiniano, san Pío X para que me infundan tranquilidad y valor. No creí oportuno bajar a comer con los cardenales. Almorcé en mi habitación. A continuación breve descanso y un gran abandono. Al undécimo escrutinio, heme aquí elegido papa. Oh, Jesús, diré yo también, como Pío XII cuando salió elegido: Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam. Diríase que es un sueño, y es, por el contrario, antes de morir, la realidad más solemne de toda mi vida. Heme aquí dispuesto, oh, Señor, ad convivendum et ad commoriendum (a vivir y a morir junto a tí) (2 Cor 7,3). Desde el balcón de San Pedro, unas trescientas mil personas me aplaudían. Los focos me impedían ver otra cosa que no fuera una masa amorfa en agitación.
[...] Desde ayer por la tarde he pedido que me llamen Ioannes. Pasé la noche en el apartamento del secretario de Estado, dormitanto más que durmiendo. Santa misa solo, en la capilla adyacente, in faciem portae, Don Loris y fray Belotti de Trescore me asistieron. Hoy el mundo entero no escrible ni habla de otra cosa que de mí: nombre y persona. Oh, queridos progenitores míos, mamá, padre, abuelo Angelo, tío Zaverio, ¿dónde estaís? ¿Quién os concedió semejante honor? Seguid rezando por mí.
Aquel día grandioso, exhaltación, él se identifica con los humildes y los pobres de su pueblo, y pide a sus muertos que recen por él para darle fuerza y valor.

Roncalli no se apropia del honor que le confieren, sino que lo traslada, como una valiosa capa, a los hombros de sus más allegados; es más, los nombra expresamente, uno por uno, no por hacer ostentación de antepasados prestigiosos, sino para depositar la tiara, que lleva ceñida alrededor de la frente, sobre los campos regados por la lágrimas y el sudor de sus mayores. En la hora de la denominada".

*Los diarios personales, no el Diario del Alma.

Fuente: Fuente: Capovilla, Loris. Mis años con el Papa Juan XXIII, Madrid, La Esfera de los Libros, S.L., 2014, pp. 67-70 - Extracto del capítulo III "La Elección" 





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